Los motivos de este Blog

La situación política y social en Cuba a partir del 23 de febrero de 2010 marca un antes y un después.
Un gobierno no pueder dejar que un ciudadano muera por inanición y malos tratos en prisión.
La muerte de Orlando Zapata Tamayo ha dejado al régimen castrista sin justificación alguna para perpetuarse en el poder, ha roto el entramado de cambios en las relaciones internacionales (como la Posición Común) y muestra que los viejos revolucionarios van a morir matando.
Cualquier aportación para conseguir que Cuba no se convierta en un baño de sangre, será fundamental.
Yo apuesto por una transición pacífica a la democracia y la economía libre. A ello dedicaré estas reflexiones.

viernes, 21 de mayo de 2010

En torno a las conversaciones entre la Iglesia y el régimen castrista

No es malo que la dirigencia del régimen castrista hable con la máxima representación de la Iglesia católica en Cuba.
Desde que en 1967 Fidel Castro declaró que su régimen era marxista, leninista y ateo, ha llovido mucho. La historia de la Iglesia en Cuba, y en el exilio, ha sido muy triste. Tuve la suerte de conocer a algunos de aquellos sacerdotes y monjas cubanas y españoles que fueron expulsados por la fuerza poco después del comienzo de la revolución, y eran personas íntegras, formidables, con un compromiso social evidente que tropezaba con el deseo castrista de adueñarse de toda la sociedad y ponerla a su único servicio.
A partir de 1967, la Iglesia católica quedó recluida a las catacumbas del régimen. Cualquier vinculación con esta organización suponía para los individuos separarse de las prebendas del régimen y perder el acceso a los estudios superiores, o caer en una marginación social que a la larga terminaba en prisión o exilio. Los primeros grupos de derechos humanos que empezaron a plantar cara al régimen comunista tenían una clara orientación católica. La resistencia se mantuvo en la Isla, luchando a brazo partido contra un poder opresor comunista, cuyo único objetivo era el sometimiento integral al pueblo cubano.
Entonces, como si el tiempo no hubiera pasado en balde, el Papa Juan Pablo II, artífice de los cambios políticos y sociales que en Europa derrumbaron el muro comunista de la vergüenza, se presentó ante Fidel Castro y le pidió que Cuba se abriera al mundo. Y el dictador, como si no se tratase de él, se cambió el uniforme verde olivo por un traje gris marengo, y aprovechó la visita del Papa para lavar su imagen internacional, moviendo vía propaganda, los resortes necesarios para sobrevivir en el poder, su único objetivo en 50 años de dictadura.
En el momento actual, no creo que sea malo que el régimen castrista hable con la Iglesia. Al contrario. Todo lo que pueda contribuir a abrir espacios para la pluralidad en la Isla será siempre bienvenido. Cada uno en su sitio. Respetando aquellas posiciones que se puedan reivindicar, y tratando de asegurar, como máxima prioridad, que los presos políticos injustamente enviados a la cárcel obtengan la libertad.
Para que ese diálogo sea fructífero a medio y largo plazo, no obstante, a mi juicio, deben cumplirse algunas premisas. Me propongo reflexionar sobre ellas brevemente.
Primero, la naturaleza misma del diálogo. La Iglesia debe conseguir la libertad de los presos políticos. Insisto, “políticos”, una condición fundamental para que la acción de estos defensores de la democracia y las libertades en Cuba tenga algún sentido. La muerte de Orlando Zapata Tamayo no debe ser en vano. El régimen tiene que reconocer que existen en Cuba personas que no están de acuerdo con el modelo, y que desean libertades y democracia como las que existen en Occidente. No tratarlos como criminales es una condición fundamental para el diálogo.
Segundo, se debe establecer una metodología para mantener de forma continua las conversaciones. Es decir, en lugar de reunirse una sola vez, y abrir un espacio de interrupción, considero que el éxito de este proceso que ahora empieza radica en su continuidad en el tiempo. Hay que fijar una agenda de trabajo, lo suficientemente amplia y a la vez concreta, para que el diálogo sirva para dar resultados positivos y medibles, de forma objetiva. Y hay que dar la máxima transparencia a este proceso para que todo se conozca y se pueda opinar.
Tercero, por la misma razón, hay que respetar el diálogo. No es bueno atacar lo que se está produciendo por primera vez en Cuba en más de medio siglo de régimen dictatorial. Hay que dar un margen de tiempo, una oportunidad para realizar una evaluación del proceso, y tratar de obtener conclusiones con cierta perspectiva histórica. Eso no quiere decir que haya que permanecer impávido ante los acontecimientos. En la medida que este diálogo se haga continuo y se encauce de forma transparente, la acción de seguimiento se puede ver muy potenciada para las dos partes.
Cuarto, hay que huir de cualquier entreguismo al poder comunista. No hay que sacrificar objetivos de largo alcance, que pongan en peligro la solvencia y el apoyo social a la Iglesia, a cambio de prebendas de muy corto plazo que se agotan enseguida. En la balanza, Raúl Castro puede poner mucho más que una empobrecida Iglesia, sometida a control por el espionaje interno que existe en la Isla y que tiene dificultades reales para desarrollar sus actividades.
Quinto, es cierto que la Iglesia siempre ha declarado que no es su intención hacer política, pero está en ello. Su misión, si realmente consiste en apartarse de la futura arena de la transición a la democracia en Cuba, debe ir facilitando el acceso al proceso de diálogo con las autoridades de los grupos de la oposición interna, de los disidentes, que son, al final, los auténticos responsables del proceso de transformación que se debe producir en Cuba. En ello también está el éxito de su participación en este proceso de diálogo inicial.
Estamos en el origen de algo que no sabemos muy bien a dónde puede llegar. Que Raúl Castro haya recibido a los altos representantes de la Iglesia en Cuba es un ejemplo del acoso que siente en momentos tan complicados como los actuales.
Con la economía destruida, observando que sus planes no dan los resultados previstos y siempre mirando de reojo a su hermano convaleciente por lo que pueda decir, y lo que es peor, hacer, Raúl Castro ha tendido una mano a la Iglesia de Cuba en un momento de gran debilidad política y social, en el que su aparato de represión no es capaz de afrontar los retos de las Damas de Blanco, los blogueros cubanos o la actitud contestaría de la juventud que hemos observado en el video realizado por Carlos Montaner.
Todo se le viene abajo, y él lo sabe. Los hermanos Castro, que han sido especialistas en la habilidad política de ganar tiempo, han recurrido a la Iglesia para ello esta vez. Ahora la baza está en la Iglesia católica cubana, de ahí, el papel que todos esperamos que debe jugar y su trascendencia histórica.

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